Antes de realizarme la operación PRK, estuve varias horas buscando información por Internet; buscando testimonios, recomendaciones e información en general sobre lo que me iba a pasar. Leí mucho pero quizás poco sobre que se siente en todo el proceso. Y precisamente para poner un poco de claro a los que están a punto de entrar en el quirófano o para resolver algunas dudas, ahí va mi experiencia:
He de aclarar que la operación es un pelín más complicada, en cuanto a posoperatorio, que la básica de Lasik. Más que nada porque el proceso es más traumático para el ojo y le cuesta un poco más recuperarse.
Días antes de la operación comencé con unas gotas y a limpiarme bien los ojos. Nada extraordinario ni difícil de cumplir.
Confieso que tenía muy claro que me quería operar pero cuando llegó el momento me cagué viva. Literalmente. Menos mal que un Lexatim consiguió que fuera como en las nubes. Vamos bien dopadita.
En fin, llegó el momento. El momento de dejar las gafas y pensar esta es la última vez que las cogeré en mucho tiempo. Una amable enfermera me puso de punta en blanco -vamos una calzas en los pies, una bata de papel y un gorro de ducha-. La chica me echó unas gotas que, según me comentó, eran la anestesia. "Ahora a esperar un poco" y me tocó.
Según entré en el quirófano pensé: "¿en serio esto es un quirófano?". Más que el típico quirófano de Hospital Central parecía una cocina con una gran máquina. Un aparato donde me hicieron tumbar para comenzar.
Justo detrás de mi cabeza tenía al médico y a los dos otros ¿ayudantes?. Y comenzamos. Primero me pusieron una especie de pegatina en el ojo que no se iba a operar, después un papel por toda la cara con un agujero en el que si me iban a operar. A continuación, me lo abrieron tipo "Naranja mecánica". No creo que el aparato fuera muy diferente, de hecho.
Y allá que fue el médico. Después de echarme otra ráfaga de anestesia se puso a "jugar" con mi ojo. "Mira al punto rojo", me dijo. Cómo para no mirar, como si me llega a decir que visualice la Sagrada Familia, en ese momento. Pero llegó un momento crítico. "Perdona, no veo el punto rojo, bueno más bien, no veo nada", le comenté como que no quería la cosa -bueno más bien acojonada viva porque ya pensaba que me había quedado ciega del primero-. "Lo sé, señorita", me contestó el señor médico. Sí, efectivamente era muy amable y empático, el señor. Qué carácter!
Y continúo la operación. Después de cortar con un bisturí una de las capas del ojo, llegó el momento del láser. Menos mal que sabía -gracias a leer tanto por Internet y lo que me habían contado- que iba a oler pollo quemado sino creo que me hubiera levantado en ese mismo momento cual zombie. Acabó de quemar el láser, me pusieron una lentilla y a repetir el proceso con el otro ojo.
Fueron unos 10-15 minutos de reloj. A mi se me hicieron como dos o tres horas. La sensación de ver cómo trasteando en tu ojo es cuanto menos agobiante y bastante incómoda. Tiempo más que suficiente para salir totalmente duchada de suero fisiológico. ¡Menudo bañito!
Después regresé a casa y entendí porque me había recetado pastillas para la jaqueca. Me entró un dolor de cabeza impresionante. Dormí unas horas y me levanté bastante bien. Pensaba que todo iba de color de rosa hasta que llegó el día siguiente cuando comenzaron los pinchazos en los ojos. Nada anormal pero si bastante bastante doloroso. Durante tres o cuatro días estuve más mirando al techo que a otro lado; me hacía mucho daño la luz y no aguanta casi nada con los ojos abiertos.
Pero poco a poco -y cuando digo poco a poco fueron 2 semanas largas- comencé a ver bastante mejor. Al principio me costaba ver cualquier cosa muchísimo, era como tener las gafas empañadas. Aunque a día de hoy, un mes después, todavía tengo momentos en los que no veo perfecto, puedo decir que ya he recuperado la visión prácticamente al 95% (la recuperación completa puede tardar hasta 6 meses).
Así que olé por la operación PRK, eso sí divertida no es pero merece la pena.