sábado, 8 de julio de 2017

De vías y hermanos

Las conexiones a veces son curiosas. Hoy me levanto con dos noticias tan relacionadas que es difícil que no se te remueva algo. Una que me da cierta alegría (demasiado relativa, pero alegría al fin y al cabo) y otra que me trae más dolor y recuerdos. Pero ambas con un nexo común: los hermanos.

La pérdida de un ser querido es una de las cosas más dolorosas que te pueden pasar. Y mucho más cuando ese es un hermano que ha aprendido a jugar, soñar, vivir y reír de tu mano. Cuando no ha hecho más que enfadarte, cuidarte y apoyarte. Y cuando le queda toda una vida por delante que disfrutar. Por eso entiendo tan bien cómo se sienten esos amigos cuando son incapaces de decir con palabras lo que sienten. Eso se lo llevarán dentro siempre y poco más que estar ahí con nuestro cariño y apoyo podemos hacer.

Pero alrededor de esos recuerdos que dejan los hermanos, siempre hay grandes momentos que recordar -eso es lo más importante- y algunos pequeñas acciones que ayudan a soterrar ese dolor, aunque nunca se acabe del todo con él. Y justo ese día en el que otra hermana se va por la maldita lacra del siglo XXI, llega esta noticia:


Desde hace 26 años veníamos pidiendo que esta noticia se hiciera realidad. Recogidas de firmas, protestas, incluso conversaciones personales con los diferentes alcaldes que han pasado por Basauri, y salvo buenas palabras, nunca nos habían dado nada más. Y cuando el dolor de ver cada día esas vías ya estaba asentado, llega la gran noticia: el desmantelamiento. El fin de una etapa. Sé que poco tiene que ver con nuestro suceso -sería ingenua si pensara lo contrario- pero me alegro que finalmente ADIF haya decidido que una playa de vías en medio de un pueblo es un sinsentido. Un cuestión ilógica que para nuestra familia es mucho más. Es el fin de una etapa.

Aunque este noticia no pueda ocultar el matiz triste de este post, no quiero acabar con un sabor de boca tan amargo. Que un hermano, padre, madre o cualquier ser querido se vaya solo reafirma una cosa que cada día tengo más clara y que practicarla debe ser nuestro cometido diario: más San Queremos y menos San Ostias.

viernes, 7 de julio de 2017

El típico chiste

Esta mañana me ha llegado este chiste vía WhatsApp. Una broma que no me la ha mandado un hombre de 50 años anclado en otros tiempos sino una mujer de 30 años, independiente, madre y trabajadora. Un ejemplo para muchos y para mi misma. Y es ahí donde he reaccionado.

Vaya por delante que soy una amante de los chistes y de reírme de hasta la más mínima estupidez. Cualquiera que me conozca sabe que me gusta una gracieta mala tanto o más que una buena lasaña. Pero creo que hay límites que ni en los chistes se deben pasar y me explico.

Al comentar la connotación machista del chiste en cuestión, que para mi es clara, la respuesta ha sido "bueno, es el típico chiste". Efectivamente, no le quito razón; es el típico chiste. La tradicional burla con un trasfondo social. No es una locura que diga yo. Freud señaló que el chiste es una de las formas que pueden emerger del consciente de una manera desfigurada en hechos que trascienden nuestra vida diaria.

Y quizás es ahí donde veo el problema de estos chistes. Unas tonterías -¿o no tanto?- que en lo más hondo tienen un poco de verdad. Tanta verdad como el asesinato de mujeres o violaciones. Sin embargo, estamos tan habituados a escucharlos y reírnos con ellos que está mal que digamos que no tienen gracia o denunciemos que hay fronteras que no se deben pasar.

Es cierto que muchos lo han hecho y lo hacen a diario. No hay más que ver al edil de Podemos Zapata cuando sobrepasó fronteras con Irene Villa y los judíos. Comentarios que le pasaron factura política y judicial.

En ese punto es donde me pregunto ¿dónde acaba la libertad de expresión y empiezan los derechos de los demás? ¿debería ser denunciable un chiste como el superior? ¿realmente es tan grave? Quizás no o sí. Tengo respuestas encontradas ¿Qué opináis?

martes, 4 de julio de 2017

Una y mil raíces


Es gracioso ver cómo la gente se sorprende cuando le cuentas la mezcolanza de mi familia. Una estirpe que me hizo nacer en Bilbao -vale, Barakaldo para ser más exacto- pero que tiene las raíces mucho más profundas.

Podríamos decir que esto se resume en un palentino y una tinerfeña que se conocieron pero va mucho más allá. Porque esta chicharrera contaba con un padre gallego al que le gustaba mucho viajar. Y algo de esa afición debía llevar en la sangre que llegó hasta la nieta que acabó en Rivas Vaciamadrid (Madrid) o Mordor para los amigos. Quizás no fue tanto el afán por viajar como la necesidad pero esa ya ese es otro cantar mucho menos romántico.

La historia de mi familia seguramente no es diferente a la de muchos otros inmigrantes que la vida les hizo dejar El Escobonal, Vilagarcía de Arousa o Baltanás natal para buscar oportunidades. Una memoria llena de mezcolanzas de la que me enorgullece haber puesto mi pequeño granito de arena.

Y justo esa mezcla es la corre por mis venas con pequeñas dosis de cada lugar. El Carnaval tinerfeño y esas ganas de fiesta, la bastedad vasca, la pasión por el buen comer palentino y la necesidad de aire fresco como el gallego. Diferentes sensaciones, olores, sabores y colores que son esenciales para entender de quién soy y por qué mis genes son tan enrevesados.

El a dónde voy todavía está por definir. De momento, me quedó con el bullicio y carácter madrileño que tanto me ha enseñado en 10 años (¿10 años? ¡Madre mía!). El resto de aportaciones dejaré que sea el tiempo quien me las traiga y siga nutriendo mi una y mil raíces.