Hoy me toca un post reflexivo que espero que haga reflexionar a los que lo leerán.
La humanidad cada vez me tiene más horrorizada. Siempre he pensado que el hombre es bueno por naturaleza (Rousseau me caló) y que es la sociedad quien lo corrempe pero ha llegado a un punto de putrefacción que dudo ya si realmente somos malos o nos hacen serlo.
Que la sociedad occidental, porque es la que conozco mejor, incita al egoísmo es algo consabido. No hay que ser muy inteligente para verlo. El egoísmo de mirar por nuestros deseos, de conocer solo nuestras realidades y de movernos solo del sofá por nuestras creencias (y si lo hacemos) son paradigmas del día a día. Una cotidianidad instaurada y rodeada de estímulos que nos invitan solo a ser más egoístas con un consumo rápido sin pensar ni reflexionar.
El egoísmo ha llegado a tal punto que muchas situaciones que deberían ser extraordinarias pasan a ser normalizadas: un niño en el metro al que no se le cede un sitio (de las embarazadas ni hablamos), un vagabundo que pide y al que nadie le mira, noticias diarias con cientos de muertos o aquellas publicidades que muestran la hambruna en países en desarrollo que se ignoran una y otra vez. Son pequeños gestos que nos hacen cada día más insensibles, seguramente porque es a lo que nos acostumbrado.
Las redes sociales nos han hecho ver un poco más allá de nuestro ombligo. Pero solo un poco. Buscamos aquellos que comulgan con nuestras ideas para gritar más alto las nuestras. Intentamos ser aquellos que creemos tener la razón para volver a imponer nuestra voluntad y ser de nuevo aquellos egoístas que jamás escucharán a otros. Podemos ser los más activos en Facebook, Twitter o cualquier otra comunidad social pero ay cuándo nos pide que salgamos a la calle a trabajar por ese mundo que pedimos, ahí se nos acaban las fuerzas y volvemos a ese sofá desde donde mandamos el tweet demostrando al mundo que estamos con la causa. Un gran consuelo.
Sin embargo, poco trabajamos el egoísmo que realmente vale la pena. Ese de mirar por nuestro interior por aquellas pequeñas cosas que nos hace felices. Ese que nos hace buscar nuestra paz interior encontrando aquella tranquilidad que realmente nos impulsa a hacer el bien común en el que finalmente estará la felicidad. Ese que nos hace mostrarnos tal como somos le pese a quien le pese. Ese que finalmente nos enriquece como personas en un mundo donde ser egoísta es existir.