Es un poco complicado no plantearte mil y una dudas cuando tienes un pequeño bichillo dentro ¿Cómo será esta nueva etapa? ¿Estarás preparada para ello? ¿Cómo te cambiará la vida? Pero quizás una de las que más inquieta porque, al fin y al cabo no está en mis manos, es a qué clase de mundo va a llegar. Y es ahí donde ponerme optimista se me hace cuesta arriba.
Por un lado, llegará en pleno siglo XXI. En plena cuarta revolución industrial como lo llaman algunos, o en plena era del WhatsApp, Instagram y toda clase de avances tecnológicos que muchas veces nos alejan de nuestra esencia humana. Un mundo donde todos aparentamos y todos nos enganchamos sin cesar. Un mundo donde a veces es complicado prestar atención a lo importante.
Pero donde más preocupación me despierta este mundo al que llegará es en el propio Planeta. Un espacio que nos estamos cargando a pasos acelerados. Donde el cambio climático ya no es el futuro sino el presente y donde la conciencia todavía es relativamente minúscula para frenar esto que se puede llevar por delante todo lo que conocemos hoy. Esto me despierta muchas incertidumbres para las que no tengo respuesta.
También estamos en un momento en el que las políticas más tradicionales, cubiertas de patriotismo y conservadurismo, se están irrumpiendo con fuerza no solo en nuestro país sino en el mundo. Una involución que, como nos demuestra la historia, es cíclica pero no deja de dar miedo y volver a mostrar que nuestra sociedad está corrompida desde las entrañas.
Aunque como decía al principio me cuesta ser optimista frente a todo esto, quiero serlo. No solo porque creo que está en nuestra mano cambiar muchas pequeñas cosas para hacer grandes movimientos sociales sino porque confío en que todos estos males no sean más que una oportunidad para mejorar. Y las mejoras llegan -o eso quiero percibir-.
Estamos en un momento único para el feminismo en España y en el mundo. Un momento donde las mujeres seguimos afianzando nuestra posición como iguales y estamos demostrando que no somos las cuatro locas -aunque todavía muchos creen que es así- que parecían nuestras referencias históricas. El 8M es una marea fuerte y espero que lo sea más aún en los próximos años. Mi lucha será su lucha futura.
También veo que, aunque Don Dinero es un poderoso caballero, cada día es más sencillo ser consciente de la realidad de nuestro mundo y por tanto, actuar frente a ello de una u otra manera. Un hálito de esperanza que está en nuestra manos desarrollar.
Por todo ello desde aquí tengo claro que mi tarea en este mundo no solo será ser madre -con todos los retos que ello conlleva- sino también apostar por ser una versión mejorada de mi misma para que un día Laia esté orgullosa de todo lo que le hemos dejado.