martes, 4 de julio de 2017

Una y mil raíces


Es gracioso ver cómo la gente se sorprende cuando le cuentas la mezcolanza de mi familia. Una estirpe que me hizo nacer en Bilbao -vale, Barakaldo para ser más exacto- pero que tiene las raíces mucho más profundas.

Podríamos decir que esto se resume en un palentino y una tinerfeña que se conocieron pero va mucho más allá. Porque esta chicharrera contaba con un padre gallego al que le gustaba mucho viajar. Y algo de esa afición debía llevar en la sangre que llegó hasta la nieta que acabó en Rivas Vaciamadrid (Madrid) o Mordor para los amigos. Quizás no fue tanto el afán por viajar como la necesidad pero esa ya ese es otro cantar mucho menos romántico.

La historia de mi familia seguramente no es diferente a la de muchos otros inmigrantes que la vida les hizo dejar El Escobonal, Vilagarcía de Arousa o Baltanás natal para buscar oportunidades. Una memoria llena de mezcolanzas de la que me enorgullece haber puesto mi pequeño granito de arena.

Y justo esa mezcla es la corre por mis venas con pequeñas dosis de cada lugar. El Carnaval tinerfeño y esas ganas de fiesta, la bastedad vasca, la pasión por el buen comer palentino y la necesidad de aire fresco como el gallego. Diferentes sensaciones, olores, sabores y colores que son esenciales para entender de quién soy y por qué mis genes son tan enrevesados.

El a dónde voy todavía está por definir. De momento, me quedó con el bullicio y carácter madrileño que tanto me ha enseñado en 10 años (¿10 años? ¡Madre mía!). El resto de aportaciones dejaré que sea el tiempo quien me las traiga y siga nutriendo mi una y mil raíces.

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