Es evidente que cuando te comienzan a llamar señora es porque algo ha cambiado en ti. La edad, tu forma de actuar o incluso, tu forma de vestir son indicios que de manera totalmente subjetiva hacen que otros pronuncien esa palabra, señora. Sin embargo, hay una razón más. Y justamente esa es la que me saca de mis casillas.
Ser señora porque te has casado. Pasar de un señorita a un señora -obviamos el "señora de" porque me daría para otro libro- me parece una aberración que por mucho que me lo expliquen no entiendo ni seguramente lo quiera entender.
Ser señora porque he cumplido años ya me duele pero mucho más serlo porque me he casado. Por ahí, y lo siento mucho, no paso. Porque puedo ser una vieja a ojos de los demás -ahí no me meto- pero serlo porque he firmado un papel burocrático con un hombre, me niego.
Y es que es curioso como las mujeres pasamos de ser señoritas a señoras por nuestro estado civil mientras que los hombres son señores desde que les sale bigotillo, prácticamente. Díganme ustedes dónde está el sentido porque yo no lo encuentro.
Por todo ello me reivindico señorita hasta la muerte. Porque a lo largo de este año y medio felizmente casada he tenido que oír muchos señoras: la mayoría con sorna o ironía. Tonos que no comparto en absoluto y tras los que en muchos casos veo un reducto de machismo contra el que luchar.
Pero soy señorita por muchas más razones. Porque no quiero que una deferencia sea utilizada en virtud de mi matrimonio o no. Porque si alguien me tiene que definir que sea por mis actos y actitudes, pero nunca por los de la persona con la que he decidido compartir mi vida. Porque pese a ese papel en el que dice que estoy casada quiero ser, ante todo, yo; una señorita de pies a cabeza que seguirá siendo independiente y única para bien o para mal. Pero una señorita.
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