Me llamo Verónica (Vero, que es como me gusta que me llamen realmente) Cabezudo Rey. Así con los dos apellidos al mismo tiempo como si fueran inseparables, como si fueran cuerpo y alma, como si fueran, porque lo son, parte inseparable de aquellos que me crearon.
Si saco este tema a relucir es porque veo que cada vez es más agudizante en España aquella tradición que tienen los ingleses -y otros muchos europeos- de poner solo un apellido. Una tradición, con todos mis respetos a los ingleses, sin pies ni cabeza en los tiempos que corren donde la corresponsabilidad y coderechos de los padres deben ser para lo bueno y para lo malo. Lo que me preocupa aún más es que esa tendencia cada día es palpable en nuestro país.
Y es que ya puedes tener un apellido centenario con siglos de historia que si eres una mujer, olvídate de perpetuarlo porque la sociedad se encargara de echarlo para atrás en tarjetas de visita, redes sociales o incluso documentos donde con un apellido basta. ¡Ah, haber nacido hombre para tener ese privilegio!
Por supuesto, no es el mayor problema al que nos enfrentamos las mujeres pero si es evidente que vuelve a ser una nueva prueba de la desigualdad que existe.
Menos mal que hace unos años conseguimos promulgar una ley por la cual cualquier apellido podía valer como principal. Ahí dimos un paso de gigante en la igualdad. Es cierto que pocos son los que ejercen el derecho de cambiar el orden pero que la posibilidad esté ahí es ya un gran avance.
Puede parece un tema baladí pero no lo es. Más allá de la costumbre europea de tener un solo apellido, me parece más un gesto de descortesía ante nuestras madres. Porque casualmente es su apellido el que obviamos. El apellido de esa persona que nos tuvo dentro 9 meses ¿De verdad queremos perder eso? ¿De verdad queremos que solo nuestro padre -el cual también es vital- conserve su legado?
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