viernes, 26 de diciembre de 2014

Un coro y mucho más


Ayer volví a ver Los chicos del coro. Más allá de lo preciosa que me parece esa película, me volvió a recordar a mi época de corista. Sí, señores esta chica con voz de pito estuvo muchos años en un coro y no lo debía de hacer tan mal aunque no lo parezca.

En fin al lío que me lío. El caso es que me dio por pensar en todo lo bueno que me aportó el coro. Aunque no todo fue un camino de rosas, lo cierto es que me ayudó a ver mucho más de lo que podría haber imaginado.

Por un lado, viajar. El coro me enseñó países, paisajes, monumentos y personas que seguramente no podré ver en lo que me resta de vida. Experiencias que a partir de los 12 años me enseñaron que más allá de Basauri había mucho por descubrir. Lugares que me hicieron ver que eso de viajar es una de las mejores cosas que puedes hacer para apreciar todo lo que tienes.

Pero no fue lo único. El coro me ayudó a entender que era un grupo. Más allá de una voz, un coro no es nada sin sus coristas pero puede seguir siendo todo sin una de ellas. Esa es la verdadera esencia de un grupo. Así aprendí que nadie es imprescindible pero que todos aportamos algo.

Tolerancia. Fue el siguiente valor que aprendí. Más allá de compartir experiencias únicas con muchas personas, comprendí que no es fácil llevarse bien con todo el mundo y que es necesario muchas dosis de respeto y paciencia para convivir con algunos. Una formas más de aprender.

Autoestima. Aunque no ha sido el único paso que he tenido que dar en este sentido, el tener que salir a un escenario y poner tu voz -pese a que está acompañada- no es sencillo. De hecho, diría que es un acto de valentía y autoestima totalmente recomendable.

En definitiva, mis años en ese pequeño coro fueron unos grandes años que me ayudaron a ser como soy. Gracias Soinu Bidea.

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