viernes, 4 de marzo de 2016

El arte de pedir limosna


Cada día me encuentro en el metro o calle más personas pidiendo. Soltando discursos o mostrando habilidades cada uno a su manera intenta ganar esos euros le que ayudarán a comer ese día. Es una tristeza ver a esa gente diariamente pero hoy estoy dispuesta a verlo de otra manera. Allá que voy.

Pedir limosna se ha convertido, por desgracia, en todo un oficio para muchos. Pero porque no decirlo, también en un arte con sus estrategias de marketing y ventajas competitivas incluidas.

Los que piden -vagabundo me parece una palabra un poco dura- tienen unas habilidades que ya quisiera yo para mi. Y es que cada día me admira más lo preparados que están aquellos que se ponen en las esquinas más concurridas. El que no sabe tocar el violín, muestra su destreza con el xilófono, cantando racheras o con el arpa. Incluso hay algunos que saben de todo un poco y cada día explotan un show. Esos son los que más perpleja me dejan.

Entre todo tengo que destacar a un hombre y una mujer de unos 60 años que se engalonan para cantar rancheras. Y oye mal del todo no lo hacen, a coro y todo. Pero si un día se tiran desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde ataviados de mexicanos regionales, otro apuestan por el arpa. ¡Y tampoco lo hacen nada mal!.

Otros de los que me asombran son un grupo de señores que violín, contrabajo y violencello en mano tocan siempre la misma canción; una de mis favoritas, el Canon de Pachelbel. Nunca les he oído escuchar otra canción. ¡Qué curioso!. 

Mención aparte también para aquel que un día me pidió -bueno a mi y a todo el vagón- una sonrisa. Un bien gratuito que en el metro es más bien un bien escaso. Solo por ese gesto y sus filosóficas palabras mereció la pena ese viaje.

Podría tirarme toda la tarde hablando de ejemplos familiares y admirables; el que pide un céntimo del metro de Rivas (Helena se sabe su discurso casi de carrerilla jeje), la mujer que escucha pacientemente a su marido mientras toca el piano, el pianista que también da clases, la que pone papelitos sobre su situación de maltrato o el que muestra su pierna carcomida... Miles de identidades difíciles de olvidar.

También tengo otros casos menos amables. La cara más sucia de los que piden, que ya he contado en otras ocasiones en Vol. I y Vol. II. Pero a esos mejor no recodarlos porque seguramente la vida ya les tiene preparados su merecido por estafar al personal.

En cualquier caso, los retratados aquí son algunas de las caras conocidas y familiares. Personas que veo todos los días y he acabado admirando y cogiendo cariño de una forma u otra. Vivir en o de la calle no tiene que ser sencillo y solo por intentar ganarse la vida con ideas que incluso nos sacan una sonrisa, merece la pena este post.

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