domingo, 10 de julio de 2016

Me duele

No creo que sea la persona más moderna del mundo -para ello tendría que ser hipster, vegana y no sé cuántas cosas más- pero confío plenamente en los derechos y libertades de cada persona e intento que siempre vaya eso por delante antes que mi opinión o perspectiva de la vida.

Pero a veces es taaaan difícil cumplir con esta ética de vida. Sobre todo, cuando ves que lo que se supone que está más que asentado en la sociedad, no es más que una ilusión óptica. Conceptos o actitudes que deberían estar extinguidas son todavía una realidad muy presente y no precisamente en aquellos adultos de 50 años para arriba donde por desgracia pocos cambios habrá, sino también en jóvenes de 15, 20 o 30 años que son el futuro de esta sociedad. Y eso es lo que me duele.

Me duele, y mucho, que todavía tenga que ver que los celos son un arma de coacción en adolescentes, que las mujeres sigamos igual de sometidas por modas, dietas o todavía, hombres y sobre todo, me duele que la libertad de la que tanto alardeamos en un mundo moderno y abierto sea solo una máscara para seguir consolidando viejas tradiciones. Pero no solo que suceda sino que haya una parte de la sociedad que lo permita y hasta lo fomente. Y no hablo de hombres o mujeres aislados sino de esos que van en el metro cada día junto a nosotros o nos saludan en el ascensor. Esos ciudadanos normales y corrientes; mayores y pequeños; feos y guapos; españoles y árabes. Esos.

Y, como decía al inicio, quizás no soy la más indicada para dar lecciones a nadie. De hecho, intento no darlas porque entiendo que eso también es libertad. Pero sigue doliéndome profundamente ver este tipo de actitudes, comportamientos, reacciones confesiones o tradiciones seguidas a pies puntillas entre mis coetáneos y esos que serán los que paguen mis futuras pensiones. Por supuesto, también me duele verlo entre los más mayores pero quizás a ellos ya se les ha pasado la edad de entenderlo y lo siento, me siento incapaz de quitarles la ilusión ante ciertas cuestiones que en otro momento hubiera evitado.

Despedidas con sabor a punto y seguido

Dicen que las despedidas de solteras son obscenas, estúpidas y quizás hasta pasadas de moda pero he de reconocer que me encantan porque son momentos de disfrute, momentos únicos, divertidos y mágicos que finalmente son los que quedan en el recuerdo y nos hacen sonreír con el paso de los años.

Sin embargo, mis despedidas me han aportado mucho más que todo lo que pensaba en un inicio. Más allá de los pitos y las tetas que han abundado, he descubierto que soy una afortunada por tener tanta gente a mi alrededor que me quiere, me escucha y se organiza con un solo fin: hacerme pasar un gran momento. ¡Y cuánto!

Soy muy consciente de que organizar una despedida es algo harto complicado. Poner en orden ideas, aglutinar personas en un proyecto común y conseguir que en ese camino no haya discusiones, bajas o malosentendidos ya es toda una proeza. Sin olvidar que es un desembolso económico que aunque parezca menos importante, también lo es. Por eso, es lo primero que quiero destacar: la gran organización y derroche de ideas de todas ellas en las que se han involucrado gente de muy diversa índole. Agradecer a esos minutos de reflexión, incluso de aquellos que sé que no han podido estar.

Pero no solo eso. Me ha sorprendido como todas llevaban una seña de identidad: la personalidad. De una forma u otra en todas he visto cómo tenían dosis de imaginación para conseguir agradar. Incluso he visto cómo ciertas personas han hecho cosas que no estarían dispuestas a hacer en condiciones normales. ¡Y todo por mi! Esto son palabras mayores que llegan con los ojos cristalinos.

Sinceramente nunca pensé que estas cuatro grandes citas que he vivido fueran a significar tanto y demostrarme tanto de amigos y familiares. Desde el peine comprado para peinar mis melenas púbicas, los momentos vendiendo galletas en el Retiro hasta llegar a vestir a otro futuro de novia o la celebración de una boda medieval.

Reflexionando un poco más allá abogaría por cambiar el nombre de estos momentos. Para mi poco han tenido de despedidas sino más bien de puntos y seguidos que me hacen querer con más ahínco a todos aquellos que se han involucrado, que han puesto su granito de arena, que se han movilizado y que han aguantado millones de WhatsApps o correos electrónicos -eso también digno de alabar-. Puntos y seguidos que me dan más fuerza para seguir creyendo que la amistad y los ratitos buenos son vitales para continuar en esto que llaman vida.

Podría estar todo el día agradeciendo y poniendo en orden todo lo que me han hecho sentir estas celebraciones pero creo que mejor me quedo con estas cuatro fotos y digo: ¡Vivan los organizadores! e infinitas gracias.

¡¡ Eskerrik asko!! 

 






sábado, 2 de julio de 2016

De camellos, shimmy y mayas


Podría decir que los camellos, shimmy y mayas son tres pasos de danza del vientre pero realmente para mi son mucho más. Son coraje, son autoestima, son aprendizaje y son afán de superación. Porque eso es todo lo que me han hecho sentir en siete años -qué vértigo me ha dado cuando he caído en la cuenta- de inmersión en esta danza.

Seguramente en este post no diga nada nuevo respecto al que escribí hace ya tres años. O quizás cuente cosas muy diferentes. No lo sé. Tengo tantos sentimientos en mi mente alrededor de estos movimientos orientales que intentaré definirlos un poco. Aunque no prometo nada.

Mentiría si dijese que la danza es solo eso. Gracias a los camellos, shimmy y mayas, entre otros muchos pasos, he conocido a gente que me ha enriquecido tanto que no sabría como agradecérselo. El destino me ha separado de muchos pero no ha permitido que me olvide de todo lo que he aprendido a su lado. Porque moverme al son de un Habibi o Yala, Yala no hubiera sido lo mismo sin la compañía que ha habido alrededor en todos estos años.

Y quizás hoy tiraré por ahí; por loar a esas compañeras y profesoras que sacan sonrisas, que cuentan chistes estúpidos o que simplemente te dan ánimos cuando piensas que tus caderas son amorfas o que hoy no es el día para que todo salga perfecto. Porque si he aprendido algo gracias a esas compañeras y por ende, la danza es que la perfección no existe, que cada uno tenemos una virtud que nos hace especiales -y de que manera-, que caerse no es tan importante si nos levantamos y que una sonrisa o abrazo -esos que tanto me cuesta dar- son el mejor consuelo para todo.

Y es que la autoestima, el valor, la fortaleza y la valentía que me ha ayudado a sacar la danza del vientre, no sería igual sin alguien con quién compartirlo. Porque compartir momentos en lo mejor que nos pueden dar otras personas. Así que va por ellas, por todas esas compañeras y profesoras que me han hecho crecer y me siguen haciéndolo día a día. Gracias y mil veces gracias.


Post especialmente dedicado a aquella persona que me pidió que lo escribiera. Ella sabe quién es.