En poco más de dos semanas se cumplen dos años de vida en Rivas Vaciamadrid. Dos intensos años en los que tengo muchos sentimientos contradictorios pero de los que saco una conclusión clara: no me arrepiento de nada.
En estos dos años he tenido tiempo para todo: para cagarme en Mordor, digo, Rivas; en sus calles con poco ambiente, en su escasez de comercios de barrio, en su transporte público, en su poca accesbilidad y en lo lejos que está de todo. Muchos momentos en los que me han dado ganas de tirar la toalla y volver al bullicio y contaminación de la capital que tanto me ha aportado.
Pero también he tenido tiempo para otras cosas; para conocer a nuevas personas, para descubrir que el calor madrileño es mucho más llevable fuera del asfalto y como no, para redescubrir viejas habilidades con las que me he puesto a prueba. Porque sin Rivas no hubiera sido capaz de volver a conducir ¡Gracias Currupeta!, encontrar a nuevas y grandes personas o demostrarme a mi misma que todavía tengo mucho que hacer y aprender.
Y quizás Rivas incluso me ha ayudado a recapacitar y comprender que aquellos que realmente quieren están ahí, aunque no esté a dos minutos de su casa y que casi siempre que se quiere, se puede.
No voy a negar que todavía a día de hoy, hay muchos días que esperando al metro, conduciendo por la A-3 o volviendo de Bilbao, me ha vuelto la morriña de vivir en la cómoda Madrid o más aún, en mi Basauri. Pero en esos instantes me acuerdo de por qué estoy en Rivas. Por qué aquel 15 de mayo no me importó cargar con todas mis pertenencias y venirme a la Luna. Por un friki por el que volvería a repetir la experiencia una y mil veces. Gracias por aguantarme y comprenderme.