domingo, 9 de mayo de 2021

Carta a mi hija de un año

Todavía no me lo creo, pero sí, ha pasado un año, más concretamente 13 meses. Un poco más de un año desde que llegaste y nos diste un vuelco a la vida. Un poco más de un año de muchos momentos buenos y otros no tan buenos, pero, al fin y al cabo, momentos en los que nos has hecho vibrar.

Llegaste como agua de abril en una madrugada tenebrosa y triste de un confinamiento extremo. Tu fuerza fue arrolladora desde el principio y eso me hizo saber que venías a luchar con todas tus ganas frente al Malvado Coronavirus y que todo lo que se pondría por delante.

Ha pasado un año de todo esto y todavía muchas veces te miro y no me creo que estés aquí. Te miro y veo un bebé cada día más niña en la que me veo reflejada cuando veo tu impaciencia, tu inquietud o tu sociabilidad. Sin embargo, también veo tus toques detallistas y tu capacidad de concentración heredado claramente de tu padre. Todo ello se combina con rasgos cada vez más tuyos, personales e intransferibles que te hacen como eres, única.

Has llegado en un tiempo muy raro. Te has acostumbrado a que la gente te hable tras una mascarilla, e incluso te hace gracia ese pequeño bozal en la cara que para ti no es una nueva normalidad, sino la normalidad. Aún así, no entiendes la comunicación de los ojos y sigues necesitando de una sonrisa o unos labios para saber que te están hablando. Qué curioso es el aprendizaje verbal humano, en particular, y la comunicación, en general que traspasa cualquier pandemia.

Más increíble me parece lo rápido que has aprendido y aprendes de tu entorno. Sé que no es nada excepcional a tu persona, pero no deja de sorprenderme lo inteligente que es el ser humano y las capacidades y habilidades que puede adquirir tan solo explorando, imitando y probando. La habilidad de hacer pinza con los dedos, de masticar, de introducir objetos con formas o subir y bajar escaleras, entre otras muchas cosas.

Y esto es solo el comienzo de todo lo que te queda por vivir y aprender. Soy consciente de ello y del reto que supone para mi el que sea uno de tus referentes. No me asusta la idea pero si me da mucho que pensar. Una oportunidad para enseñarte lo mejor de mi y, sobre todo, demostrarte que un mundo más equitativo, social y justo es posible. Un mundo que, aunque esté un poco loco, es apasionante y merece la pena vivirlo al máximo. 

Gracias por ser mi particular terremoto. Hoy y siempre, gracias por ser tú, pitxirila.  

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