Esta mañana me ha llegado este chiste vía WhatsApp. Una broma que no me la ha mandado un hombre de 50 años anclado en otros tiempos sino una mujer de 30 años, independiente, madre y trabajadora. Un ejemplo para muchos y para mi misma. Y es ahí donde he reaccionado.
Vaya por delante que soy una amante de los chistes y de reírme de hasta la más mínima estupidez. Cualquiera que me conozca sabe que me gusta una gracieta mala tanto o más que una buena lasaña. Pero creo que hay límites que ni en los chistes se deben pasar y me explico.
Al comentar la connotación machista del chiste en cuestión, que para mi es clara, la respuesta ha sido "bueno, es el típico chiste". Efectivamente, no le quito razón; es el típico chiste. La tradicional burla con un trasfondo social. No es una locura que diga yo. Freud señaló que el chiste es una de las formas que pueden emerger del consciente de una manera desfigurada en hechos que trascienden nuestra vida diaria.
Y quizás es ahí donde veo el problema de estos chistes. Unas tonterías -¿o no tanto?- que en lo más hondo tienen un poco de verdad. Tanta verdad como el asesinato de mujeres o violaciones. Sin embargo, estamos tan habituados a escucharlos y reírnos con ellos que está mal que digamos que no tienen gracia o denunciemos que hay fronteras que no se deben pasar.
Es cierto que muchos lo han hecho y lo hacen a diario. No hay más que ver al edil de Podemos Zapata cuando sobrepasó fronteras con Irene Villa y los judíos. Comentarios que le pasaron factura política y judicial.
En ese punto es donde me pregunto ¿dónde acaba la libertad de expresión y empiezan los derechos de los demás? ¿debería ser denunciable un chiste como el superior? ¿realmente es tan grave? Quizás no o sí. Tengo respuestas encontradas ¿Qué opináis?
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